JOSÉ MARÍA DÍEZ


 La alegría del agua. Óleo sobre papel pegado a tabla, 28x24 cm

 

LA LLUVIA: PRINCIPIO DE ABSTRACCIÓN

Muy a menudo practico un acto reflejo (y muy incrustado en mi esencia) que consiste en pisar los charcos. Ver las calles mojadas me incita al bienestar, y es lo que con más facilidad me vuelve a la niñez. Por esos años, cuando estaba malito y  tenía que permanecer en cama, sentía una fascinación especial al oír llover desde el cuarto mientras mi madre fregaba el pasillo de la casa, y mi abuela, en la cocina, manejaba olores de embrujo. Recuerdo (ya era yo un adolescente) una mañana de un sábado de invierno. Entonces andaba en mis principios con Shakespeare. Estaba obsesionado con los ocho tomos de las obras completas que me había comprado mi padre, así que aprovechaba los sábados para levantarme tarde con un par de tomos en la mesilla. Es difícil ser más feliz. Un llover gris y oscuro, pero lento, exquisito. Yo diría que inteligente. Ese es mi primer recuerdo de Las alegres comadres de Windsor, y uno de los momentos que más a menudo llegan a mi recuerdo.

Ya bien mozo, llamado por mi incondicional lusitaneidad, caí rendido ante una de las obras más grandes que haya tenido en mis manos: El año de la muerte de Ricardo Reis, del galápago Saramago. Confieso que nunca he leído llover de esa manera. ¡Cómo empieza esa historia! ¡Cómo tantas sensaciones, tantos tactos, sonidos, sentidos... pueden caber en tan pocas resmas!. ¡Cómo llega ese barco a Lisboa, bajo qué delicada lluvia! De las veces que he visitado Lisboa, nunca me ha llovido, y eso es un trauma que no supero. Así que, de vez en cuando, vuelvo al principio de Ricardo Reis, sólo al principio, para vivir un poco y para quedarme allí por unos momentos, hasta que los dioses, que son quienes diseñan los mapas del tiempo, tengan la decencia de ubicarme en el lugar adecuado con la climatología correcta.

El caso es que el tintineo de las gotas al unirse con sus predecesoras, y los brillos uniformes que permean el oído como una textura tersa y húmeda, eran, son y seguirán siendo, verdaderos estímulos para la creación y para la búsqueda de la placidez, por muy tópico y simple que parezcan los sustantivos. Y eso ocurre porque esas condiciones de humedad generan una indudable intimidad mágica que riega la parte cerebral donde germina la inventiva. Pero también porque la solución acuosa que baña el paisaje, sea urbano, marítimo o campestre, esboza realidades que suponen un principio de abstracción por el cual color y forma abandonan lo cotidiano para adentrarse en terrenos donde caben múltiples interpretaciones de la realidad.