JOSÉ MARÍA DÍEZ

EL PAISAJE INTERIOR

Sala Rivadavia. Cádiz

Del 4 de septiembre al 4 de octubre de 2025

 

 

Todo tiene un porqué. Lo que somos es consecuencia de anteriores escenarios, con sus escenas propias. Es fruto, por lo tanto, de un tiempo acumulado. Quisiera que aquí quedara, al menos sugerido, todo ese devenir. Hablaré de de las fuentes de las que emana todo el caudal que cuelga de estas paredes; de la evolución, de los símbolos, de las músicas que inspiran el universo del paisaje interior. Espero que así se complete la geografía de cada dibujo.

 

HASTA LLEGAR A ESTE MUNDO EN BLANCO Y NEGRO

Hasta llegar a este mundo en blanco y negro, tamizado por infinidad de grises, he recorrido el otro mundo, el transitado día a día, pincel en mano y ojo avizor. Desde la infancia, cuando empecé a pintar, quizá la principal obsesión a la hora de plasmar lo que tenía a mi alrededor ha sido la de buscar la luz más creíble. Y a veces la encontré. Mírese este paisaje:

 

 

Es Extremadura. Era lo que veía, lo que me emocionaba cuando contemplaba los atardeceres, por ejemplo: el color tal como aparecía en mi retina. Aún así, como en cualquier manifestación artística, era una realidad transformada, aunque sólo fuera por el simple hecho de encuadrar y de quedarme con las proporciones que me conmovían. Fue un tiempo largo, de algo más de treinta años. Una tarde de verano, que es este óleo sobre lienzo, data de aquel mundo en color en el que vivía.

 

PRIMEROS INDICIOS DE QUE LA GEOGRAFÍA (TAMBIÉN LA DEL ALMA) SE MUEVE

En 2004, por sugerencias de la vida, mi centro de gravedad se va trasladando poco a poco desde mi tierra natal hasta la ciudad de Cádiz, a bordo de un rojo y bello Mazda 3, Un año después, en agosto, y aunque ya la había transitado antes sólo de paso, descubrí una potentísima geografía: la sierra de Cádiz. La planicie de mis campos de Tierra de Barros, aún con toda su espiritualidad a flor de piel, dio paso a unos volúmenes riquísimos en matices, Era otra luz, pero bañada en una misma esencia, colorista, vívida, vibrante, tremendadmente atrayente. Así lo recogí en este óleo sobre papel pegado a tabla: La sierra de Ubrique vista desde la ermita de Benaocaz.

 

 

AÑO CERO: NORUEGA

Mediada la primera década de los 2000, vivía unos días frenéticos. El trabajo en mi propio estudio de diseño de interiores me resultaba muy absorvente, demasiado estresante, aunque a la vez me daba placer, y hasta me permitía pintar cada vez que me mi cuerpo lo exigía.

Como siempre sentí atracción por los países nórdicos, en 2006, después de unos días en Estocolmo (ciudad abierta, de una elegancia universal), aterricé en Oslo, un lugar quizá más oscuro, algo cerrado, pero de extraña atracción. La idea era atravesar Noruega por toda su espina dorsal desde Oslo hasta Ålesund, para bajar luego a Bergen. Yo suponía que aquella travesía me daría fuerzas y reforzaría mi curiosidad por el mito nórdico. Pero, en realidad, doce días después, aquel barrunto fue mucho más allá, porque cambió por completo (no lo supe hasta un tiempo después) mi forma de acercarme al arte, e incluso a la propia vida.

 En mi blog cuento cómo fue ese primer viaje a Noruega

 

POR FIN, LA GEOGRAFÍA (TAMBIÉN LA DEL ALMA) SE MUEVE

Ya instalado en Cádiz, en un estudio en la calle Reyes Católicos, estaba trabajando plenamente en el arte. Seguía en ese realismo que había venido practicando, aunque aumenté el repertorio de motivos con los elementos que tenía a mano. Otra vez volvía al espacio transitado. Pintar del natural este óleo sobre tela me costó un trabajo enorme, dado que, a veces, el viento de levante hacía de las suyas, y hasta alguna que otra vez me tiró todo al suelo: lienzo, caballete, trapos... Pero sentí vibraciones muy especiales.

 

 

Sin embargo, llegó un momento en el que sentí hastío. No me satisfacía retratar, sino interpretar. Tampoco me servía el color, y no sabía por qué. Así que decidí prescindir del óleo y quedarme con lo básico.

Las preguntas eran inquietantes. ¿Qué pasaría por mí si me quedaba con unos simples lápices, unos papeles y gomas de distinta dureza? ¿Qué motivos tendría como objetivo? ¿Cómo interpretaría lo que hiciera? Empecé a ensayar, casi a jugar. Con el polvo del grafito que salía de los afilados de los lápices, hacía nubes de masa aplicadas con un algodón con diferentes intensidades, y luego retiraba parte de lo manchado, creando efectos que cada vez adquirían más poder para dar congruencia al discurso.

Tuvieron que pasar algunos meses hasta que vi los primeros resultados, que me impulsaron a seguir investigando y a armar un mundo coherente y armónico. He aquí un ejemplo. La obra que aparece abajo se puede ver en la sala. Se titula Las alboradas. La geografía (también la del alma) se había movido.

 

 

EL MISTERIO DESVELADO

Como iban apareciendo paisajes desde el más profundo núcleo de mis adentros, me preguntaba de dónde partian exáctamente, dónde ubicar el imaginario de ese universo. Y pasaron otros meses hasta que se desveló el misterio. Y era muy sencillo: lo que estaba haciendo era verter en el papel las geografías que tanto me habían impresionado. Por un lado, la sierra de Cádiz; y por otro (y quizá un poco más intensamente), Noruega, dado el cromatismo tan suavizado que había vivido en aquellos paisajes nórdicos. Me había quedado con la esencia de brumas, de gradaciones de azules y verdes que las lejanías convertían en cientos de matices grises. Estaba reflejando una geografía que, en verdad, nacía del la memoria ubicada el el más remoto interior.

En mi blog: de cómo Noruega, por fin, se revela como fuente de inspiración

 

BUSCAR UN TIEMPO ESCONDIDO

Aquellos dibujos eran atemporales, e incluso estaban fuera de cánones lógicos. En sí, no eran Noruega en sí, ni tampoco la sierra de Cádiz. Parecía que en aquellas geografías sin nombre ni localizadión, esturviera buscando más allá de lo visible. De hecho, una de las obsesiones que he tenido en mi vida (y que aún se mantiene) era interrogrme sobre lo que había más allá de lo visible. El horizonte, lo lejano, lo oculto.

A veces, lo que se nos oculta, lo que existe justo detrás de lo que vemos, nos incita a ver, o mejor,  a crear, estados interiores en los que la realidad se nos presenta con la apariencia de un tiempo escondido. La belleza, por lo tanto, se origina por una combinación de lo que vemos y de lo que llegamos a intuir en los fondos desenfocados por la lejanía. Se produce una dualidad que, entre realidad e invención, configura un paisaje vívido y tangible, pero a la vez evanescente e impreciso, lo cual, removido y agitado, produce un placer estético cercano al misticismo.

Hablo, pues, de emociones, de una forma de acercarnos a lo que de misterioso tiene la existencia cuando la colocamos en el tiempo, en las eras y en los siglos no vividos, pero sí sentidos, por mor de la cultura y de la necesidad de relacionarnos con lo intangible.

 

NORUEGA: EL ALMA SUBLIME

Hubo un segundo viaje a Noruega, en 2018, que acabó de perfilar la idea de acometer una serie dedicada íntegramente a paisajes noruegos. En plena pandemia, me puse a abocetar lo que luego serían treinta y dos piezas a grafito sobre papel Fabriano y Schoeller. En la sala se pueden ver catorce piezas. Algunas de ellas representan lugares reales, pero otras no son más que impresiones, recuerdos vagos o precisos, reconstrucciones de imágenes que quedaron en la memoria de los viajes. La serie la titulé Noruega: el alma sublime, que en noruego suena de maravilla: Norge: den storartede sjel. En verdad, para los traductores noruegos fue difícil encontrar el término más adecuado, de tal forma que storartede podría pasar también por magnífico, grandioso... Sublime, en definitiva. Y a mi me encanta.

 

EL FUEGO PURIFICADOR

Sólo cuando el fuego no es lesivo se alza como símbolo de vida. La religión y la mitología así nos lo han hecho entender desde el homo erectus a nuestros días, de norte a sur y de este a oeste. A menudo es necesario consumirse y desaparecer para cerrar y abrir ciclos vitales que mantengan en equilibrio nuestra existencia. Se impone así la combustión como una metáfora común de la renovación que, bien sea buscada o bien sea impuesta, nos da la oportunidad de seguir siendo nosotros mismos, sólo que enriquecidos y regenerados; libres, al fin y al cabo, para trazar nuevos caminos. Peor que el fuego es, sin duda, el agostamiento involuntario, aquel que devasta las más íntimas esencias por aburrimiento o por la simple inercia de vivir.

Concibo el fuego, por lo tanto, como acto vitalista (o revitalista, si cabe el palabro), pero también como placer necesario. Al margen de creencias, perderse en la contemplación de las llamas no deja de ser un rito de magia propicio para la ensoñación, o para la pérdida de conciencia a modo de droga iniciática. Las llamas carecen de límite, no obedecen a estructuras orgánicas; van y vienen, eligen a capricho formas constantemente cambiantes que se desenvuelven en una danza libérrima. Ofrecen, además, un cobijo muy necesario para la naturaleza humana en forma de calor, muy placentero cuando arrecia el clima sin piedad. Nos sentimos seguros en su alrededor, y nos invitan a formar parte de la tribu sin menoscabo ninguno para nuestra intimidad.

Contraponiéndolo a la simbología, me gusta hablar de una estética del fuego. Las columnas de humo que nos ofrecen los horizontes poseen una belleza casi épica. Nos habla de ello el humo azulado que provoca el campesino que, en pleno invierno, quema los sarmientos que luego han de ser combustible para el brasero. En términos más líricos, también el habitante de la cabaña tira humaredas al cielo, cobijado en su propio sueño eremita y ensimismado en una naturaleza que le confiere un alto grado de humanidad. Y con una intimidad parecida, quién no recuerda el encendido de las fogatas, cargado de aromas, antes de que los ritos culinarios en las trébedes nos den placeres varios. Por eso, allí donde la lumbre no sea destructora, siempre en torno a ella se alzará un rito de vida sobre el cual nos preguntamos en nuestra lejanía, que es esa especie de atalaya desde donde observamos el mundo, bellamente tamizado por el mágico efecto de las luces.

 

 

Este dibujo se titula El fuego purificador IV. En él aparecen algunas referencias a lugares que quedan en mi memoria, como las tapias de los arrabales de mi pueblo, Almendralejo, y algunas sierras lejanas de Tierra de Barros. Pero nada es real; todo salió de la memoria y del deseo de purificarme.

 

 MURALLAS

Un elemento se repite a menudo en mi obra: las fortificaciones. Viví un tiempo en la ciudad de Badajoz, muy cerca de sus murallas, y me impresionaba contemplarlas. Pero tal vez sean las de Cádiz las que han causado más mella en mi inspiración. Como dan al mar, son tan rotundas que no cabe duda de su existencia, no se confunden con ningún otro elemento urbano. A veces, la añoranza de mi tierra ha hecho que ubique las murallas de Cádiz en una especie de Arcadia de interior. La obra que se muestra más abajo, que no está en la muestra, se titula Un mundo infinito. Tuve el honor de que fuera seleccionada para ser expuesta de forma permanente en el Hotel Olom de Cádiz, justo enfrente de la catedral. Se puede ver en la recepción.

Publicación en Instagram de Un mundo infinito, con su respectiva explicación

En mi blog hablo del poema Murallas, de Kavafis

 

 

EL SILENCIO Y LA MÚSICA

En mi estudio, o hay silencio o hay música. Generalmente, el el acto de crear, es decir, de pergeñar el contenido, requiero silencio. Sólo se cuela a veces un murmullo de la ciudad que suena lejano, fricativo, suave, con algún claxon o alguna voz monosilábica, e incluso un informe mar batiendo.

Cuando la obra ha adquirido un mínimo de identidad, y conforme voy trabajando en ella, te suele hablar, te indica pormenores que en la idea primitiva apenas estaban sugeridos. Entonces recurro a la música. Desde autores renacentistas y barrocos a sonidos contemporáneos creados con todo tipo de efectos tecnológicos.  De los clásicos, hablo de Palestrina, de Francisco Guerrero, de Purcell, de Bach, de Schumann, de Arvo Pärt. De los contemporáneos (a estos les llamo música horizontal), hablo de Robert Fripp, de Hammock, de Steve Hackett, de Sigur Rós, de Constance Demby, de Kit Watkins. 

En mi blog: Los sonidos de la Arcadia (con música incluída).

 

IMPRESIONES

Si algún sentido tiene el arte, es el de la comunicación. Una obra escondida es sólo un onanismo inútil y egoísta, poco generoso. A menudo, cuando muestras tu trabajo te llevas sorpresas que te hacen crecer. No busca uno halagos ni medallas, sino escuchar de qué manera has llegado al receptor, porque eso te ayuda a seguir el camino. 

Cualquier comentario, pregunta, sugerencia o inquietud, házmela llegar, por favor.

 

 CONTACTO

info@josemariadiez.com

Tfno.: 677 48 32 13 

instagram.josemariadiez.painter

 

Espero que estos paisajes de mi interior hayan calado en el tuyo.

Gracias por haberme acompañado.