RIO DE LUZ DORADA
Grafito sobre papel, 12 x 17 cm
RIO DE LUZ DORADA
Muchas veces contemplé los crepúsculos que caían sobre el Guadiana, a su paso por Mérida. En la época de estudiante de artes, cruzaba el río por el puente romano, esa pasarela de la historia poseída y encantada por dos mil años de existencia. Esa visión tan agradable me recordaba al paisaje de la virgen del Canciller Rolin. La famosa tabla de Van Eyck, conservada en el Louvre, me llegó a obsesionar de tal manera que muchas noches la estudiaba con la lupa en una magnifica reproducción de un libro de Tachen.
Tiempo después, cuando ya era diseñador de interiores, una vez acabada la jornada, salía del edificio en el que estuviera trabajando y recorría algunos tramos del río cercanos a Mérida o a Badajoz, lugares donde tenía la mayor parte de mi clientela. Paraba en algún puente o en recodos desde donde podía ver el río a la hora del atardecer.
Las luces doradas forman parte de la historia de la pintura, y las llevo muy adentro, como una medicina que me regula cuando algo no está ajustado en mis adentros, o simplemente como un recreo de la vista. Quiero pensar que pertenezco a esa luz que riega los campos, los de aquí, los de allá, o los eternos campos que han ensalzado los escritores, los pintores y los músicos para bien de las almas.
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