JOSÉ MARÍA DÍEZ


AQUELLAS NOCHES ESCUCHÁBAMOS A PAT METHENY

Grafito sobre papel, 12 x 16 cm

 

AQUELLAS NOCHES ESCUCHÁBAMOS A PAT METHENY

Aunque en el pueblo no éramos más de treinta mil almas, a veces, allí la vida adquiría un ritmo demasiado acelerado, sobre todo los fines de semana. Aquello se convertía en una pequeña Nueva York: el tráfico se ponía insoportable, y el ajetreo de las calles provocaba un murmullo abrumador que se fundía con las músicas voluminosas que salían de los garitos cargados de humo.

Para contrarrestar ese pulso impetuoso, íbamos de vez en cuando a la casa de campo de unos amigos. Allí los días se alargaban de manera plácida. Nos daba tiempo a hacer todo lo que nos proponíamos. Por las mañanas nos acercábamos al río con bocadillos de tortilla que nos comíamos sobre las piedras mojadas, pero siempre resguardados del calor por la fronda que escoltaba al agua en su recorrido.

En las noches abiertas a las estrellas salíamos al porche de la casa de campo para mitigar el bochorno del verano. A esas horas misteriosas se escuchaban las aves nocturnas y las ranas del riachuelo, que sólo distaba de nosotros unos metros. Recuerdo una de esas noches de verano. Sonaba Pat Metheny, Still live (Talking), recién salido del horno. Además de Minuano (que era uno de mis temas preferidos), el penúltimo tema me placía especialmente. Hoy día, cada vez que escucho Distance me llegan efluvios del silencio del campo en aquellas noches, donde se acumulaban todos los misterios de la vida y cientos de preguntas sobre el universo estrellado que teníamos arriba.

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